Alfonso Reyes dijo de Goethe que si pecó por algo fue por querer aplicarlo todo al alcance de los sentidos, negándose a la mano oscura de la matemática o a las abstracciones filosóficas, y agregó: "nunca quiso pensar en el pensamiento, sino sólo en las cosas". Con su jugosa exposición, Alfonso Reyes nos pinta la existencia, obra y contorno del genio creador de Fausto.
Los músicos y el fuego se público por vez primera en 1985, en un momento en que la fama de su autor, el chihuahuense Jesús Gardea crecía ante los ojos del lector, con una constante aparición de nuevas novelas. En el mismo tono de La canción de las mulas muertas, Gardea prosigue la construcción del espacio imaginario que llama placeres. (con obvias reminiscencias a su natal Delicias) y en donde la milagrosa arquitectura sintáctica es como un castillo, sólido desafiando el tiempo, pero también como su contra parte un castillo de arena que se deshace -se vuelve aire- al menor soplo del viento, ante el simple aliento de los personajes involucrados, construcción -pues- sostenía en el rigor, en la exigencia de un lenguaje sin concesiones, con una pasión que quema y congela a un tiempo, y cuya mezcla está hecha con la pesada mineralizad de ese aire que sopla, pero no refresca, en el desierto, y de ese sudor físico y espiritual que le sirve de argamasa. Los músicos y el fuego: una muestra más del genio narrativo de este escritor extraordinario.