Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Cuando Moratín asistió en Londres a una representación de Shakespeare, ocurrió algo inesperado: se anunció la aparición de un arlequín al final de la obra e, impaciente por este espectáculo, el vulgo que abarrotaba las localidades baratas prorrumpió en irrefrenables gritos y burlas. Fue imposible escuchar ni un verso. Ésta es una de las muchas anotaciones de los cuadernos que componen El hombre que comía diez espárragos. Éste es un libro de crónicas de viajes y prosas inéditas selectas rebosantes de ironía, buen humor y perplejidad: un viaje por la Italia fragmentada de finales del Siglo XVIII, otro al estrambótico Londres de Jorge III, un retrato de la España que pudo ser y no fue... Moratín abrió con sus prosas una senda en nuestras letras que aún en nuestros días sigue inexplorada.