Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Ordenado uno en la fe anglicana y otro en la budista, los itinerarios filosóficos de Berkeley y Vasubandhu ofrecen interesantes paralelismos. Los dos combinaron, de manera inusitada, el sentido común propio de los empiristas con el talante especulativo de la metafísica. En muchos sentidos Berkeley fue un nominalista, como lo había sido Vasubandhu en su juventud, que estableció en la percepción (y no en la idea abstracta) el fundamento del conocimiento. Con mayor o menor éxito, ambos trataron de redefinir el término existencia, alejándolo de ideas y abstracciones y centrándolo en la percepción. Ser (existir) es percibir y ser percibido. Su lucha contra el concepto los llevó, paradójicamente, a la atención al lenguaje: el análisis de la percepción es también el análisis de las expresiones que permiten evaluar lo percibido.