Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Cuando imaginamos este libro queríamos que chicos y mayores pudieran abrir las ventanas de su mente para escuchar las voces de personas que desde hace muchos siglos han poblado el planeta entero. Y como queríamos que el mundo visitara las mentes de nuestros lectores, tuvimos que hacerle un poco de espacio a cada uno de los cinco grandes continentes: América, África, Europa, Asia y Oceanía. Las características de cada una de estas enormes extensiones de Tierra han movido a sus habitantes a imaginarse distintas explicaciones sobre el pedazo de Tierra que los rodea.Muchas de esas explicaciones se fueron contando de padres a hijos, de mayores a chicos, y tomaron la forma de narraciones de sucesos. Ahora necesitamos imaginarnos un mundo en el que no había medios de transporte para hacer largos viajes, y donde tampoco había otras formas de pasar información más que repetir lo que se había aprendido de memoria. No había libros, ni teléfonos, ni televisión; no se había inventado el cine, las computadoras, los celulares ni los videojuegos.Las leyendas llegaron así hasta nosotros: por medio de sabrosas pláticas con las que hombres y mujeres de todas las regiones del mundo comprendieron su entorno y buscaron enseñárselo a sus hijos.