A finales de los años 40, en pleno auge de la Guerra Fría, la paranoia anti-comunista se extendió por Norteamérica, desatando una caza de brujas que afectó a todos los sectores de la sociedad pero especialmente a intelectuales y cineastas. El Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso estaba decidido a exponer la infiltración comunista en Hollywood y citó en audiencia pública a actores, directores y guionistas.