Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Corre el año 1874 en la deslumbrante ciudad de San Petersburgo, capital de la Rusia imperial, y la vida es una fastuosa fiesta para las clases acomodadas. A esta clase pertenece Ana, una joven bella, inquieta e inteligente casada con Karenin, alto funcionario de la corte zarista, con quien tiene un hijo. Un día, tras recibir una carta de su hermano, el mujeriego Oblonsky, pidiéndole ayuda para salvar su matrimonio con Dolly, Ana toma el tren en dirección a Moscú y en el trayecto conoce a la condesa Vronsky, a la que espera su hijo, un elegante oficial de caballería. Cuando Ana Karenina sea presentada al conde Vronsky surgirá una chispa entre ellos que acabará provocando un incendio imposible de sofocar. Lev Tolstói despliega en Ana Karenina su inigualable don para la descripción de atmósferas y espacios, para la pintura de caracteres y la penetración psicológica, puestos al servicio de una historia en que se entrelazan todas las maneras de entender y vivir el amor, y en torno a este eje intemporal hace girar la vida de una época y un pueblo, creando un monumento imperecedero de enorme belleza, que se yergue ante nosotros grandioso y palpitante interés, porque su sustancia está sacada de la raíz misma de la vida.