Al soldado se le ve casi siempre desde lejos: despersonalizado, en los desfiles. Cuando se habla de él, la mención toma la forma generalizada de heroicos Juanes. Lo mismo ocurría a principios de siglo cuando los pelones, soldados rasos, eran un mero decorado para que se lucieran los altos jefes entorchados de oro, tocados con un casco emplumado y graduados en las escuelas militares de Prusia. También se les temía: las órdenes que debían cumplir eran con frecuencia crueles.