Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Michel Foucault y Paul Veyne. El filósofo y el historiador. Dos grandes figuras del mundo de las ideas. Dos figuras inclasificables. Dos ?extemporáneos? que durante mucho tiempo compartieron camino y batallas.
Paul Veyne traza en este libro el retrato atípico de su amigo y vuelve a lanzar el debate sobre sus convicciones. Por eso el libro arranca con esta afirmación: ?No, Foucault no era lo que se cree, no era de derechas ni de izquierdas, no invocaba ni la Revolución ni el orden establecido. Pero precisamente porque no invocaba el orden establecido, la derecha lo insultaba mientras que la izquierda creyó que bastaba con que no invocara el orden establecido para considerarlo de izquierdas.? Tampoco era estructuralista como se ha dicho, sino un filósofo escéptico, un empirista próximo a Montaigne que en su obra nunca dejó de cuestionar los ?juegos de verdad?, las verdades construidas, singulares, típicas de cada época.
Este libro dedicado a Foucault acierta a refutar como muy pocos consiguen hacerlo las ideas que se consideran de vanguardia y que no son más que ideas establecidas. Un libro iconoclasta, un testimonio único.