Alfonso Reyes dijo de Goethe que si pecó por algo fue por querer aplicarlo todo al alcance de los sentidos, negándose a la mano oscura de la matemática o a las abstracciones filosóficas, y agregó: "nunca quiso pensar en el pensamiento, sino sólo en las cosas". Con su jugosa exposición, Alfonso Reyes nos pinta la existencia, obra y contorno del genio creador de Fausto.
El Chato, quien narra esta historia, toma cerveza de sus experiencias desde que conoció en campaña de guerra al Güero, después llamado Juan Vargas, hombre de respeto y de poder. Las situaciones van ligando estrechamente las vidas de los dos hombres: en un principio, el pelotón; luego, la relación laboral. Una vez que el Chato sale de prisión, se convierte en la mano derecha del patrón hasta que éste pierde todo y aquél, siguiendo las enseñanzas de Joaquín, el peluquero del penal, se dedica a ese oficio. Para el Chato La vida siendo un sueño de pronto se hace pozo, profundidad de espanto, mariposa negra. La muerte, digo, sin avisar, siendo su territorio la noche, mata. Vargas muere sin haber tenido una impresión de la vida y sólo entonces el narrador se siente libre de un peso, de las sombras, del fango.
Roberto Bravo, con una prosa que atrapa desde las primeras líneas, nos transporta Al sur de la frontera, sitio en el que las pasiones humanas se desencadenan a la par que las palabras.