G. H. ?nunca sabremos el nombre y apellido de la protagonista? es una mujer independiente, escultora amateur y bien relacionada en los cÃrculos más influyentes de RÃo de Janeiro. Un dÃa, sola en su ático, encuentra una cucaracha. Esto provocará en ella arcadas de repulsión y un caudal de reflexiones Ãntimas, algunas hasta entonces desconocidas para ella misma, sobre sus sentimientos, miedos, angustias... Este hecho aparentemente intrascendente le servirá para repasar su vida desde la infancia y llegar asà a la determinación de vencer todos sus miedos.
El periodista deportivo es la novela que consagró internacionalmente a Richard Ford, de quien Raymond Carver escribió que era «el mejor escritor en activo en nuestro país» y el crítico francés Bernard Géniès afirmó, en una encuesta en Le Nouvel Observateur, que «se está convirtiendo tranquilamente en el mejor escritor norteamericano». Frank Bascombe tiene treinta y ocho años y un magnífico porvenir como escritor a sus espaldas. Hace tiempo disfrutó de un breve instante de gloria, tras la publicación de un libro de cuentos, pero luego abandonó la literatura, o fue abandonado por ella. Ahora escribe sobre deportes y entrevista a atletas, a quienes admira porque «no tienen tiempo para las dudas o la introspección».Y escribir sobre victorias y derrotas, sobre triunfadores del futuro o del ayer, le ha permitido aprender una escueta lección: «En la vida no hay temas trascendentales. Las cosas suceden y luego se acaban, y eso es todo.» Lección que podría aplicarse a su fugaz fama como escritor, a su breve matrimonio o a la corta vida de su hijo mayor, Ralph, que murió a los nueve años. ¿Cuál es el drama que ha provocado el fracaso de su matrimonio? ¿Por qué Bascombe ha renunciado a la literatura? ¿Qué le anima, sino una «moral de la apatía», un vivir la vida de instante en instante, un rehuir el suicidio por los caminos de la deseada analgésica banalidad? El periodista deportivo es un implacable testimonio de los desencantos inevitables, de la corrosión de las ambiciones, del aprendizaje de los placeres mínimos que permiten sobrevivir.
A pesar de ser una de las vanguardias centrales del conocimiento humano, la ciencia suele ser desdeñada en el ámbito cultural. Hoy más que nunca, las eternas dudas filosóficas hallan explicaciones alternas en el lenguaje científico; sin embargo, algunas políticas de Estado excluyen a la ciencia del presupuesto cultural. Max Weber, quizá el pensador más conocido del siglo XX, por su análisis sistemático de sociología política, se esfuerza por identificar las interrelaciones de todos los órdenes institucionales que constituyen una estructura social. La obra de Weber establece las diversas relaciones funcionales entre los sistemas institucionales: religioso, político, jurídico, educativo, científico y económica. En El político y el científico Weber reflexiona sobre la incompatibilidad entre el campo del conocimiento científico y el político, señalando, sin embargo, una cierta interrelación, pues los aportes del científico pueden colaborar al aumento de posibilidades reales de la ejecución de los planes que sustentan la acción del político; puesto que el saber objetivo aumenta las pautas para comportamientos y planteamientos razonables. De esta forma, las actividades del político serán, dentro de los márgenes, considerablemente mucho más realistas y veraces; he ahí la importante aportación weberiana en el esclarecimiento sobre lo que es la política.