Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Cuando vi por primera vez fotografías de tortugas con sus caparazones de paraguas realizadas por Escobedo, pensé de inmediato en Alfred Jarry, que escribió una divertida parábola sobre la invención del paraguas. Y luego pensé en Picasso, que habló de la metamorfosis de un asiento y un manubrio de bicicleta cuando creó con ellos una cabeza de toro y añadió: "Sí mi cabeza de toro fuera arrojada a un basurero, quizá un día alguien podría decir: "Aquí hay algo que me serviría de manubrio para mi bicicleta". De este modo, se habría producido un doble metamorfosis". El espíritu de la metamorfosis subyace en todo lo que toca Escobedo y, especialmente, el espíritu de la doble metamorfosis. Casi todo lo que Escobedo ha moldeado en sus años de madurez está formado por lo que los surrealistas les gustaba llamar objets trouvés, y deformando más tarde para recuperar su condición original. Bajo su estética encontramos una larga tradición. Se remonta al escritorio utópico Fourier, con su obsesión por la analogía universal, y a Baudelaire, que refinó el pensamiento para hacer de él una fuente de la estética de su poesía. Dore Ashton