Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La historia de los pueblos indígenas en México está regida por concepciones muy particulares de su entorno. Una de estas nociones se relaciona con el uso de plantas enteógenas término acuñado por Gordon R. Wasson, que significa volverse divino interiormente, las cuales son utilizadas en ceremonias regidas por curanderos, chamanes o brujos para propiciar el encuentro con lo divino. La revista número 127 de Artes de México sitúa el uso de plantas como los hongos, la marihuana o el peyote, más allá del efecto recreativo que se persigue habitualmente fuera de las comunidades indígenas. En este recuento, atendemos los usos específicos de mazatecos, huicholes, otomíes, nahuas y mayas y la manera en la que su entorno se hermana con realidades extraordinarias, para que espíritus, humanos y dioses convivan en un mismo espacio.