–Gonzalo como le pusieron en el
agua–, iba solo, no hay epitafio qué escribir en cuanto a su suerte, ni cuerpo
que respirar, escasamente
se dirá de él que vino
rápido y ha salido,
que ya no está entonces, que
no hay estrellas para él, que carnalmente
va encima del vidrio que lo encarcela una rosa
a modo de instrumento de perdición, que ha salido
y eso es todo.
Gonzalo Rojas