Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Jan Assmann se pregunta en esta obra hasta qué punto el monoteísmo ha sido el principal instigador de innumerables situaciones de violencia y persecución del «otro religioso» que secularmente han asolado la convivencia y la buena vecindad de las poblaciones europeas. El presunto retorno de la religión no ha conducido a más pacificación, sino que ha supuesto un incremento terrible de violencia y de conflicto en la Tierra. La religión se ha convertido en el combustible más eficaz de la violencia política: en lugar de educar a las masas con vistas a la paz, las galvaniza, las arrastra a manifestaciones y a veces a actos de violencia, e incluso incita a algunos individuos a cometer actos terroristas. Los tiempos en que se podía interpretar la religión como el opio del pueblo han terminado. Hoy, la religión se presenta más bien como la dinamita del pueblo. Tanto en Oriente como en Occidente, grupos opuestos recurren a la religión cuando se trata de forjar imágenes de enemigos y de movilizar a las masas. En lugar de convertirse en la servidora de la política, la religión ganaría si se aprehendiera como un contrapoder frente a la política. Su fuerza debería apoyarse precisamente en el abandono de la violencia.