Hemos entrado con el siglo en una nueva época la dominación universal, no sujeta a ley alguna, del capital financiero global sobre las naciones, las sociedades, las economías y las vidas, cualesquiera sean sus diversas historias, culturas, formas y grados de organización y desarrollo. Es un mundo nuevo, turbulento y expansivo, pero no un mundo feliz. Sujeto a amenazas sin precedentes sobre su existencia misma y plena de desdichas por la destrucción de antiguas costumbres, solidaridades, seguridades y rutinas, este mundo se presenta también como una promesa de disfrute hoy negado de sus fantásticos descubrimientos, invenciones y posibilidades, ya presentes, de goce para todos.