Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Felipe Rodríguez (Ciudad de México, 1982) es licenciado en literatura dramática y teatro por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Con la obra El país de las metrallas o Ratatatatataplán debuta como dramaturgo y participa en diversos festivales nacionales e internacionales. Recibió mención honorífica del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo 2011 con la obra Un buen día para vivir. Es fundador, codirector general y actor de la compañía Teatro de los sótanos.
Felipe Rodríguez nos muestra en este volumen tres escenarios de la realidad en México, tres obras de teatro que se despliegan, como revista o vodevil, echando mano de todos los recursos dramáticos de la tradición teatral.
En El país de las metrallas, Rodríguez retoma personajes del pasado (el fotógrafo Casasola y su cámara, por ejemplo) como testigos de que no estamos viviendo un fenómeno nuevo: la compraventa de conciencias en nuestra historia sólo cambia por los intereses y las circunstancias. En El penal desfilan criminales, pederastas, narcotraficantes, en un concierto de múltiples voces y sonoros ecos que refuerzan el absurdo. México sin cabeza, por su parte, es el clímax de la corrupción política y el sinsentido de las estructuras del poder. Los personajes, viejos conocidos de la historia reciente, se descomponen a lo largo de las páginas, dejándonos con una sensación agridulce y reflexiva.
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