Esta primera obra reveló un dominio sorpendente del lenguaje escénico y de sus dotes de observación, que a partir de las manías de los personajes le permite hacer la crítica de de las costumbres de la sociedad porteña de principios de siglo, en este caso sus dardos apuntan sobre la credulidad de los porteños que excluyen a ciertos personajes por creerlos portadores de la mala suerte.