«Siempre me acompaña la sombra afilada y puntia guda de mi padre. No saber de él me arde como un fuego que no termina de aflorar en la comisura de los labios. Una tarde, en el momento menos pertinente, escribí su nombre en el buscador de Google. Los pri meros resultados mostraban perfiles homónimos. El cuarto era su esquela», nos cuenta Natalia, quien tras buscar el nombre de su padre en Internet, decide viajar a Irapuato, el sitio donde él nació. Al buscar los rastros de una vida que apenas al canzó a llegarle a través de los ecos del abandono, Natalia intenta llenar un vacío sólo para darse cuenta de que la ausencia también es una identidad, un tipo de relato. La protagonista nos dice: «Yo lo andaba buscan do para hablar con él», pero hablar con fantasmas requiere siempre un desvío. Sea buscando el perro perdido de su anfitriona, posiblemente descuidado tras una borrachera épica, sea probando el sexo pro hibido o rehuyendo de los cauces tutelares del afec to materno y de la pareja, Natalia embiste, contra sí misma y las certezas de su presente, para demoler el edificio de su identidad.
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