Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La música sin palabras no es, como a veces se ha dicho,
música arreligiosa desde un principio, idónea, en el mejor de los casos, como sucedáneo
de la religión. No: sin necesidad de
palabras, la música puede enunciar cosas importantes, y desde los tiempos de
Bach y del clasicismo vienés apenas parece haber límites a sus modalidades
expresivas. Es más: por obra de su poder
emocional, de su expresividad y de su hermosura sensual y espiritual
incomparables, la música saber dar testimonio de un barrunto en torno a algo “enteramente
otro” y suscitarlo asimismo en otros. Y
por consiguiente, esa música puede hablar sin palabras desde el “corazón” y al “corazón”,
de suerte que, si no cualquier persona, al menos el creyente discernirá en ella
más que lo propio del mundo interior. No
en vano hablamos entonces a menudo de “armonías de las esferas”, “melodías
celestiales”, “belleza supraterrena” y hasta “significado místico”.