Al raspar el bronce de las estatuas de los grandes protagonistas de la historia, uno puede hallar sorpresas. Es el caso de este hombre de Estado, aventurero idealista, periodista, malévolo creador de canciones satíricas, amiguísimo de sus amigos, sufridísimo ministro de Hacienda, el poeta más popular del siglo XIX que terminó sus días como el mismísimo abuelito de la patria.
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