En 1797 aaprecio en Holanda La nueva Justine o las desgracias de la virtud, seguida de la historia de Juliette, su hermana, Escrita por Donatien Alphonse Frocoise de Sade, esta monumental obra horrorizo al mundo como ninguna otra historia de la literatrura.
Los más serios antropólogos, y pienso en Roger Bartha y su análisis de lo mexicano a partir del ajolote o del hombre salvaje como espejo invertido de lo occidental, o los más sugerentes filósofos como Fernando Savater o lingüistas como Julia Kristeva, que piden a gritos desterrar la heterofobia y asumir el mestizaje cultural, saben que en los márgenes, en la otredad, en lo inclasificable, lo diverso, no sólo se encuentran las claves para entender las culturas, sino que ahí está tal vez la única posibilidad de que esas culturas se desarrollen. Trasladando esta idea a nuestro teatro mexicano de hoy, tal vez estos textos inclasificables, habitantes de los márgenes, nos ofrezcan claves no sólo para el análisis de la dramaturgia escrita, sino para la interpretación de la escena viva, ésa que no puede ser fijada, no siquiera por la moderna técnica del video, y que tiene en lo efímero parte de su esencia y de su condena a dificultar la labor de cualquier investigador. No pretendo afirmar que estos textos sean "salvajes", "extranjeros" o "aberrantes", pero sí que son excéntricos e, incluso, híbridos desde la perspectiva ortodoxa, hechos algunos por directores que no son autores o por autores que irrumpen en el momento mismo de la creación de otros autores, o construidos a partir de propuestas escénicas específicas o a partir de textos narrativos o poéticos.José Ramón Enríquez.