Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
El fotógrafo, a diferencia de las demás personas, es quien más conciencia tiene de la peculiaridad de su punto de vista, de que su universo no es compartido por los otros, y de ahí su empeño en rescatarlo y en obligarnos a ver desde su lente, porque no sólo es el trozo de realidad que elige, la sección que arrebata al espacio y al tiempo, ni el ángulo desde el que dispara, ni la combinación de luz y sombra que espera o produce, sino también su mundo personal ante el que decide abrir una ventana por la que nos asomamos. Ventana o fotografía en la que terminamos viendo lo que él mira: su mundo y más aún, pues lo que revela el cosmos peculiar de cada fotógrafo es, en el fondo, su mirada. Lo que realmente vemos en esa mirada en la que están sus gustos y sus fobias, sus reflexiones y sus obsesiones, su pasado y sus esperanzas; su individualidad.
Óscar de la Borbolla
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