Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Escribir un relato en esta época es una tarea imposible, inútil, pretenciosa y agotada históricamente. Lo más que se puede hacer es explorar la arqueología de lo que podría ser o haber sido, reconstruir un texto borrado, sugerir un itinerario de lectura. Vitrina del anticuario, de Felipe Vázquez, carece de la mayoría de los elementos que podrían justificar su inscripción, no sólo en el relato, sino en todo el género narrativo. En lugar de ello, propone una serie de piezas proto y metanarrativas, juegos intelectuales, librescos, sofismas extendidos. Aquí radican su mayor acierto y su mayor desafío. La propuesta habla de un libro insólito, contenido y agotado en sí mismo y sin embargo - como el palimpsesto que pretende ser- lleno de profundidades verticales. Y los resultados ofrecen una obra pirotécnica y desmesurada.Agustín Cadena