Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Este ensayo persigue dos fianlidades complementarias: conocer elpensamiento de Kautilya, "el Maquiavelo hindú", respaldando esta pesquisa con una selección de textos de su Arthasastra, vertidos, creo que por primera vez, del sánscrito al español, y reflexionar sobre el enfrentamiento histórico de dos hombres que representan a dos culturas colosales: Alejandro Magno y Chandragupta Maurya, el Sandrácoto de los griegos, quien, según la tradición (y quizá la historia), fue el soberano a quien Kautilya impartió sus filosos consejos.Sus destinos, cotejables porque un día furtivo quizá se encontraron (parece que Alejandro, irritado, ordenó ejecutar al hindú), serán pretexto para cavilar, una vez más, en el destino, siempre errátil e imprevisible, de los grandes.Escribo este ensayo como occidental que atisba a lo lejos, con una mezcla de comprensión y extrañeza (herencia, al fin y al cabo, de indios y españoles), las desmesuras de la India y la regularidad griega, aunque consciente de que, a menudo, ésta es sólo la fachada que encubre la tormenta interior, la hybris desatada y las zonas oscuras en que nace la tragedia.