Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
En el pueblo todo transcurre con plena normalidad. La gente desaparece sin dejar rastro, las fuerzas del orden aumentan, parte de la población bloquea una carretera, otra parte secuestra el Centro de Convenciones, un par de mozalbetes pierden la virginidad, otros acampan a la orilla del lago, algún extranjero muere, el presidente municipal nada en su alberca y en una construcción perdida en el bosque se convierte en la entrada a la dimensión desconocida. Con tales indicios y un humor negro feroz, Gustavo Marcovich escribe un óleo costumbrista cuya ecuación es el absurdo, el caos y el sinsentido de varias vidas condenadas a una situación límite, historias que nadie ve, que nadie oye, pero que allí están con la certeza de que nosotros no somos de ese mundo y, por lo tanto, nada malo nos puede suceder.