Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Parece que, como el personaje de su obra Mr.H., Charles Lamb pretend?a ocultar su nombre. En una carta que le remiti? a su amigo Samuel Taylor Coleridge , que se propon?a publicar algo de su poes?a en un volumen que los incluir?a a ellos dos y a Charles Lloyd, le confes? que hab?a destruido todos sus poemas y que, si publicaba algunos de ellos, omitiera su nombre. Atribu?a la autor?a de muchos de sus textos a supuestos como Burton Junior y, sobre todo, Elia. Sin embargo, Augusto Monterroso consideraba que "es probable que despu?s de Montaigne nadie se haya desnudado ante el p?blico en otro libro de tan buena fe".Lamb refer?a que tartamudeaba abominablemente, por lo que resultaba "m?s apto para despachar su conversaci?n ocasional con un raro aforismo, o con una pobre evasiva, que para edificar e instalar discursos". A pesar de ello, durante la d?cada en la que dej? de escribir, fue reconocido -entre otros por su amigo William Hazlitt- como un conversador memorable y un agudo instigador de conversaciones. Sus ensayos acaso proceden de ese g?nero circunstancial en el que las minucias pueden descubrirse en peque?os asombros que derivan en pensamientos libres que no buscan ser defibitivos o concluyentes y que incitan subrepticiamente pensamientos incidentales y comunes que se revelan placenteros y perdurables.