En la ya nutrida obra de Ana García Bergua, sus libros de cuentos representan el laboratorio donde ha conseguido sus experimentos narrativos más audaces y donde su imaginación cobra un vuelo más desparpajado y libre. A la manera de Pirandello, García Bergua parece vivir rodeada de personajes que la apremian para ser escuchados, hasta que ella, con un gesto entre resignado e impaciente, acepta hacerse cargo de sus historias, historias que parecen estar escritas a espaldas de ella misma, que se sorprende ante ellas igual o más que nosotros. El mismo gusto de García Bergua por los nombres anacrónicos (Aconcio, Temístocles, Esperancita, Eusebio, Concepción) delata el impulso de quien está acostumbrada a ser la escucha de los destinos más oscuros y tortuosos, pero sería un error creer que su poética se regodea en la excentricidad. Estamos, mejor dicho, ante una autora que ha devuelto lo excéntrico a su sentido más profundo, aquel que es inseparable de la soledad de cada persona, ahí donde todos somos unos Aconcio y otros Temístocles para nuestros semejantes. Por eso, la sonrisa y hasta las carcajadas que arrancan sus relatos, dejan un sabor amargo, porque todos sus personajes cargan con la misma duda existencial que manifiesta el título del primer cuento de este libro: "No sé qué hago aquí Fabio Morabito".