Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
José María Teclo Morelos Pérez y Pavón (¡uuuf!, qué largo, ¿no?), pacífico párroco de Curácuaro-un pueblo de Michoacán-, no había imaginado que ese 19 de octubre de 1810 volvería a encontrarse con aquel cura que había sido su maestro en un colegio llamado San Nicolás; ahora no platicarían de filosofía sino de la estrategia para lograr la independencia de México. Claro, el del nombresote es el famoso revolucionario del paliacate en la cabeza y el otro era el mismísimo Miguel Hidalgo y costilla. Morelos lo hacía porque desde niño padeció las injusticias de los españoles, lo cual nunca olvidó, ni siquiera en el momento en que lo iban a fusilar, como aquí él mismo nos cuenta.