Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Hermógenes W. tiene el ojo derecho de color azul y el izquierdo verde y es inspector del cuerpo de recaudadores. Su misión: recaudar el dinero de los contribuyentes de la ciudad de Boronburg. Cuando baja del tren nadie le recibe en la estación y cuando llega a su hotel nadie le recibe en la recepción. Telefonea al Ayuntamiento y una voz le informa: «Aquí no hay nadie», y cuelga. Cuando cae la noche comprueba que en ninguna ventana se enciende la luz. ¿Está en una ciudad fantasma? ¿Todos los habitantes han huido ante una catástrofe inminente? ¿Ha habido una epidemia? La publicación de esta novela póstuma es el mejor homenaje a uno de los narradores más excéntricos y poderosos que ha dado la literatura española contemporánea.
«Se le recuerda como un monstruo amable. Pero como dijo César Aira (otro que tal), el monstruo es una especie que consta de un solo individuo, es la especie sin posibilidad de reproducirse, de ahí que permanezca único para toda la eternidad, absolutamente histórico, absolutamente moderno. Tal es el privilegio de Tomeo» (Ignacio Echevarría, El Cultural).