Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Todo el que lea los cuentos de Etgar Keret sabrá que una de sus principales virtudes es la agudeza para burlarse y angustiarse ante el absurdo de lo cotidiano. Lo que es menos sabido es que, como alguna vez contó públicamente en nuestro país, el material para sus historias proviene de su vivencia cotidiana. En Los siete años de abundancia, el primer libro de crónicas escrito por Keret, podemos constatar la veracidad de su afirmación. Ya sea que llegue al hospital con su esposa para el nacimiento de su hijo y coincida con las víctimas de un ataque terrorista, o que finja su propia muerte para deshacerse de una tenaz operadora de telemarketing, su mirada sobre la realidad contiene el mismo ingenio, mordacidad y capacidad de conmover a sus lectores con elementos en apariencia banales que sus libros de narrativa. Keret conserva intacta su capacidad para pronunciar aquellas verdades incómodas que todos piensan pero que nadie enuncia, como, por ejemplo, el alivio del israelí promedio ante la guerra con Líbano puesto que, a diferencia del conflicto con y la ocupación de los palestinos, al enfrentarse a Líbano, de nuevo hay un enemigo al que se puede odiar con claridad, ya que al fin y al cabo, no somos superiores a nadie en la resolución de ambigüedades morales. Pero siempre hemos sabido cómo ganar una guerra