En un mundo donde los animales sienten nostalgia, pasiones y deseo, donde son conscientes de que pensar es existir -a la manera de los hombres-, la cacería no puede menos que ser considerada asesinato y el amor interespecie ha perdido por completo su inocencia. En medio de toda esa animalidad racional, sometida y condenada a ocupar los escaños menos privilegiados del orden social, Érik y Karla viven como se supone que lo hacen las personas, aunque a veces sus pensamientos, obras y omisiones demuestren que la gente suele ser más despiadada que las bestias. Como sucede en las mejores fábulas, los animales de La cacería se vuelven un espejo de la sociedad contemporánea, pero un espejo mágico que refleja con un brillo deslumbrante todo eso que normalmente no podemos o no queremos ver.