Originadas en la sociedad medieval, las cofradías fueron comunidades voluntarias y autónomas que funcionaron como espacios de poder para unos pocos elegidos, como centros para practicar la fraternidad y la caridad cristianas y como dispensoras de una serie de beneficios sociales. Gracias a estos servicios y a la dimensión asociativa, rápidamente se propagaron por todo el mundo cristiano. La importancia de estas hermandades fue tal que a finales del siglo XVIII se reportaron casi doscientas en la Ciudad de México, las más acaudaladas y afamadas contaron entre sus filas a virreyes, oidores, regidores y miembros del consulado.