Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La vida y la obra de Fernando García Ponce dan forma a una singular aleación de talento innato, rebeldía, disciplina, caos, autodestrucción tenaz, sólida vocación pictórica y lucha frontal contra los valores establecidos tanto por la moral y las ortodoxias de su época en el terreno vital, como por un rechazo absoluto a la herencia exacerbada del muralismo y sus tres grandes exponentes Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, a los cuales Fernando García Ponce no consideraba pintores sino, despectivamente, "periodistas" en el terreno de la pintura.Lo anterior significa que Fernando García Ponce fue un revolucionario en el sentido estricto del término: ante los convencionalismos de su tiempo "que rechazaba tajante y en muchas ocasiones virulentamente" y un innovador en el contexto de la historia de la pintura mexicana de la segunda mitad del siglo XX.