Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Novela narrada por el carpintero Ermelindo Mucanga, muerto en las vísperas de la independencia de Mozambique, cuando trabajaba en la restauración de la Fortaleza de San Nicolás. Ermelindo es un xipoco, un fantasma que vive en una cueva bajo un árbol de frangipani en el balcón de la Fortaleza. Las autoridades del país lo quieren volver héroe nacional, pero lo que él realmente desea es morir de una vez por todas, para lo cual tiene que "morir" de nuevo. Así, siguiendo el consejo de un tamanduá africano (una especie de oso hormiguero), encarna en el inspector policiaco Izidine Naíta, encargado de investigar un asesinato en un asilo de ancianos. Ahí será testigo de los malos tratos y de la agonía de esos ancianos que son la tradición, el alma de Mozambique, a quienes los políticos y el pueblo desprecian. En este libro, Mia Couto parece tener magia en sus palabras, éste tal vez sea su obra más singular y objetiva. En una prosa marcadamente fiel al alma y al modo de hablar de los mozambiqueños (atinadamente recreada en la traducción de Rodolfo Alpízar y acompañada de las ilustraciones de Gerardo Gómez Tonda), el autor se nos presenta con un lenguaje poético que muchas veces hace detenerse en la lectura para sonreír, releer, fijar los ojos y saborear las palabras.
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