Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
¿Cuál es la especie del ave de nuestra bandera, y qué significado tenía como ave sacrificial entre los aztecas? Al abordar estas estas preguntas, hasta ahora inexploradas, el autor descifra el código simbólico que vinculaba dramáticamente a los antiguos mexicanos con la naturaleza y con el cosmos. Nos lleva primero a descubrir la especie del ave-objeto del culto original, para después aplicarla como Piedra Rosetta y revelar aspectos hasta ahora desconocidos del mundo prehispánico, así como sus sorprendentes reminiscencias en la actualidad. Es también una historia de sorpresas en el devenir histórico de México.El ave sacrificial de los aztecas -iztaccuauhtli o cuauhtli blanco- es hoy conocida como quebrantahuesos (Caracara cheriway). Simbolizaba al Sol por su plumaje deslumbrante, sus arqueadas posturas rituales y su alto vuelo cenital. Esta ave portentosa no sólo sembraba la semilla de los corazones sacrificados en el núcleo del Sol, sino que también reciprocaba los rayos solares, conformándolos con su fina rejilla de plumas y proyectándolos como luz y calor para el beneficio de las tribus donatarias. De esta reciprocidad emergía una institución a la vez cósmica y social entretejida como un ala ligera, suave y calurosa: la solidaridad.La Conquista trató de imponer un ave extranjera: el águila real, emblema de la dinastía de los Habsburgo, símbolo de la conquista y objeto también de un antiguo culto solar. El patriotismo criollo y el culto guadalupano, en el siglo XVII, dieron lugar al águila mexicana, ave imaginaria pero no menos simbólica, surgida del sincretismo entre el iztaccuauhtli y el águila real.