Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Este México triste, de Juan Bautista Villaseca, es una muestra del no menor cúmulo de poemas que dejó como único legado de su existencia además de unos cuantos aspectos biográficos desperdigados entre poemas y revelaciones de amigos y familiares un hombre que a temprana edad perdió todo debido a su alcoholismo. En ninguno de los cánones de la poesía mexicana ni hispanoamericana del siglo XX se encuentra inscrito su nombre, acaso todavía como consecuencia de una conciencia lírica que condujo a Villaseca a un estado de absoluta exclusión frente a lo material y a todo aquello que determina la relación de los poetas con su entorno, no obstante encontrarse inmerso en las vicisitudes de la condición humana. Esa conciencia lo sumió en un paulatino pero irreversible proceso de desposesión, salvo del lenguaje: logró conciliar como pocos el lenguaje en su esencialidad armónica con una densidad semántica plena de realidades y verdades. Valores éticos y estéticos que rigieron su ser poeta y que dieron lugar no sólo a un testimonio de orden individual, sino también y sobre todo a una lírica en la cual la visión ética de la sociedad y del mundo transforma la percepción de la realidad a través de las palabras. Es una transformación que, además, se erige a contracorriente del flujo convencional, al estilo de la inversión propugnada por Nietzsche: transvaloración de los valores, que llevó a Villaseca a decidir la prevalencia de lo ético sobre lo estético, alejándose de las formas poéticas en boga de su tiempo. De ahí que esa creación suya que llamó diurnos haya sido el polo opuesto, antagónico, de un tipo de lírica cuya avanzada fueron los nocturnos particularmente los villaurrutianos, aunque sobre todo y lo más importante, constituyen hoy por hoy una aportación sin igual en la poesía hispanoamericana, equiparable a la del español Miguel Hernández.