Alfonso Reyes dijo de Goethe que si pecó por algo fue por querer aplicarlo todo al alcance de los sentidos, negándose a la mano oscura de la matemática o a las abstracciones filosóficas, y agregó: "nunca quiso pensar en el pensamiento, sino sólo en las cosas". Con su jugosa exposición, Alfonso Reyes nos pinta la existencia, obra y contorno del genio creador de Fausto.
El primer relato de este insólito volumen es una exclamación canina cuya brevedad aborta cualquier comentario. Pasemos, pues, al segundo. El segundo relato de este insólito volumen es la larga odisea de cuatro individuos que recorren los procelosos mares de la noche en busca de una ítaca imposible o, tal vez, simplemente quimérica. Tanto, al menos, como la vida misma. Estamos en vísperas del día que la liturgia civil de nuestro tiempo dedica a las madres, esos dechados de bondad, esas impecables abstracciones. El objetivo final de la cuadrilla es ofrecerles unas dulces serenatas a sus respectivas progenitoras, pero el horizonte del amor filial se va diluyendo a medida que las incontinencias de la ciudad (y del recuerdo) van aflojando unas voluntades nunca demasiado firmes. Atrapados por la lógica de una parranda febril, Bernabé, Tito, Albino y el Oruga visitan oscuros tugurios donde bailan sin entusiasmo la danza de la seducción retribuida. Conocen y palpan a damas memorables destinadas al olvido, entre ellas la formidable Cuadrafónica, un festival de turgencias y elocuencias que les muestra el paraíso de la tentación. Avanzan, dudan, discuten, retroceden. Oscilan como perfectos varones entre la inmarchitable virtud de sus santas viejitas, sus novias y sus esposas, y la perdición de la carne femenina. Se han embarcado en una huida que sólo lleva al vacío o, con suerte, al punto de partida. Seguramente escapan de ellos mismos, de sus mañanas insignificantes. Pero al final espera el destino. Como en la vida misma.
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