Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Entre todos los artistas españoles de la segunda mitad del siglo XIX, Darío de Regoyos es, quizá, el más cosmopolita, el que mejor conoce l oque se hace en Europa, el que mantiene más estrecha amistad con artistas como James Ensor, Paul Signac, Georges Seurat, James Whistler y Félicien Rops y el que participa más activamente en grupos innovadores con proyección europea. Sin embargo, su obra no se integra en ninguno de los estilos predominantes de lo que luego será la vanguardia. Calificado de impresionista, es difícil aceptarle como tal, y aunque practica el divisionismo, su posición es por completo heterodoxa. No cabe duda de que muchas de sus pinturas poseen un marcado sesgo simbolista, pero su simbolismo no excluye el verismo. Aún más, su cosmopolitismo no evita que los críticos afirmen que es un pintor torpe, inhábil, pero su aparente torpeza perfila un estilo propio.