Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
En 1990, durante un congreso cinematográfico en La Habana, Román Gubern conoció a un sacerdote catalán llamado Enrique Planas que resultó ser el dirigente de una institución que desconocía: la Filmoteca Vaticana. Cuando Gubern se instaló en Roma como director del Instituto Cervantes, el sacerdote catalán lo contactó y le propuso participar en las preparaciones vaticanas para celebrar el centenario del cine. Esta propuesta le permitió indagar en la Filmoteca Vaticana, su colección de películas religiosas y las leyendas en torno a otro tipo de materiales; elaborar una propuesta de lista de mejores películas con valores ejemplares (en el libro hay tres listas vaticanas oficiales, donde las películas se clasifican según sus valores religiosos, sociales y humanos y artísticos) y participar en la designación del santo patrono del cine.