Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La puerta del consultorio de la izquierda se abre y aparece un médico delgado, de cuello largo, manos de pianista y pelo entrecano. La bata blanca le cuelga en amplios pliegues sobre el cuerpo de líneas alargadas, como una figura de El Greco. Lo miro con hostilidad. Siento la desconfianza que me despiertan los de su profesión. Los que ya no recetan por teléfono ni van a visitar a los pacientes a la casa, los que necesitan un sinfín de exámenes de laboratorio para diagnosticar un resfriado. Los que ostentan esa autoridad que tanto me incomoda [?]
Veo a una madre en una de las bancas de afuera. Le da una ensalada de repollo a una niña parecida a mi nieta mayor. El rostro de la niña tiene una palidez que nunca antes había visto. Agradezco que el cáncer me haya dado a mí en lugar de a mi hija, o a las pequeñas, como si la adversidad tuviera una cuota previamente destinada a cada familia, como si las desgracias no pudieran sumarse hasta el infinito.