En al década de 1940, cuando el mundo entero buscaba afanosamente sustancias que permitieran sintetizar en el laboratorio hormonas esteroides humanas como la cortisona y la progesterona, los químicos descubrieron que una humilde raíz silvestre mexicana, el barbasco, producía grandes cantidades de diosgenina, lo cual derivó en la creación de la píldora anticonceptiva.