Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La Europa del siglo XVI contempló una explosión de poder femenino. Las mujeres tuvieron un poder sin precedentes. Isabel de Castilla, en traje de armadura, siguió a sus soldados al campo de batalla.
Margaret de Austria y Luisa de Saboya, dos reinas regentes, pusieron fin a años de guerra con su Paz de las Damas. Ana Bolena fue criada en la corte de Margarita de Austria, rodeada de mujeres poderosas; Su hija, Isabel Tudor, creció para ser una de las reinas más famosas de la historia. Con sus límites y sus decisiones, estas mujeres fueron también madres e hijas, mentoras y protegidas, aliadas y enemigos. Por primera vez, Europa vio una hermandad de mujeres que ejercían su
autoridad de una manera exclusivamente femenina y que no se equipararía hasta los tiempos modernos.
Una fascinante biografía de grupo y una emocionante epopeya política, Juego de reinas explora las vidas de algunas de las reinas más queridas (y vilipendiadas) de la historia. Desde el surgimiento de esta era de reinas hasta su eventual colapso, una cosa será ya cierta: Europa nunca sería la misma.