Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Los más serios antropólogos, y pienso en Roger Bartha y su análisis de lo mexicano a partir del ajolote o del hombre salvaje como espejo invertido de lo occidental, o los más sugerentes filósofos como Fernando Savater o lingüistas como Julia Kristeva, que piden a gritos desterrar la heterofobia y asumir el mestizaje cultural, saben que en los márgenes, en la otredad, en lo inclasificable, lo diverso, no sólo se encuentran las claves para entender las culturas, sino que ahí está tal vez la única posibilidad de que esas culturas se desarrollen. Trasladando esta idea a nuestro teatro mexicano de hoy, tal vez estos textos inclasificables, habitantes de los márgenes, nos ofrezcan claves no sólo para el análisis de la dramaturgia escrita, sino para la interpretación de la escena viva, ésa que no puede ser fijada, no siquiera por la moderna técnica del video, y que tiene en lo efímero parte de su esencia y de su condena a dificultar la labor de cualquier investigador. No pretendo afirmar que estos textos sean "salvajes", "extranjeros" o "aberrantes", pero sí que son excéntricos e, incluso, híbridos desde la perspectiva ortodoxa, hechos algunos por directores que no son autores o por autores que irrumpen en el momento mismo de la creación de otros autores, o construidos a partir de propuestas escénicas específicas o a partir de textos narrativos o poéticos.José Ramón Enríquez.