Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
En una época en la que abundan los pensadores que distribuyen el pienso al ganado lector y los Pangloss de turno deslumbran al público con frases como la débil densidad vital de los visigodos explica nuestro ADN actual, un libro como el de José María Ridao es un bienvenido regalo y oportuno motivo de reflexión. Sus consideraciones en torno al hombre y el Absoluto, a la invención del Absoluto por el hombre abarcan los diferentes aspectos de dicha abstracción desde el concepto y proclamación de lo universalmente válido y del ejercicio de la condigna superioridad que ello procura hasta el hecho de basar el origen de la Creación en un relato que sustituye el lenguaje racional por un lenguaje narrativo que hay que creer a pies juntillas so pena de convertirse en réprobo a ojos de quien se autoerige en su portavoz. El repaso a figuras tan dispares como Sócrates, San Agustín, Dante, Dostoievski, Tolstoi o Proust es tan innovador como estimulante. El señuelo de la verdad absoluta, dice Ridao, nos hace olvidar que la verdad proferida por el ser humano es siempre relativa y sujeta a menudo a prescripción.