El tiempo que pasa entre amanecer y atardecer, luna llena y luna nueva, hasta llegar de nuevo al mismo punto del calendario, es precisamente el que arroja luz sobre las cosas: dibuja su contorno y les da su lugar en el mundo. Las palabras, el sueño, el hombre y la naturaleza atraviesan los días que los llevan desde su origen hasta la muerte o el olvido. Entre dos puntos en el tiempo caben momentos de contemplación e introspección en los que la mirada del poeta elterna entre el ser de las cosass y el de los otros, de tal manera que la geografía de la cuidad o de países exóticos describe una travesía del pensamiento; cada cosa que tiene nombre también es un viaje circular, el relato de su propia existencia. También lo cotidiano tiene geografías: ese cauce de conversaciones, recuerdos e imágenes va cobrando, finalmente, el relieve de un paisaje personal. Nada está completo hasta que no cumple su órbita, el ciclo que lo envuelve y le da su ser. Al pasar por las páginas de este libro, el lector encontrará la experiencia de este paisaje, donde se mezclan la imaginación y la realidad, una marcha entre el cuerpo y la tierra, plantas y animales, amores y oficios: "Los cazadores de miel peligran en todo momento. / [...] Las máscaras en la nuca son inútiles: / el tigre distingue la carne del plástico, / la mirada de terror de unos ojos pintados, falsos, / más muertos que el pobre incauto que en ellos confía. / Mañana, se sabe, morirán los últimos cazadores... / Más valdría dejar la miel al tigre".