En 1797 aaprecio en Holanda La nueva Justine o las desgracias de la virtud, seguida de la historia de Juliette, su hermana, Escrita por Donatien Alphonse Frocoise de Sade, esta monumental obra horrorizo al mundo como ninguna otra historia de la literatrura.
La música sin palabras no es, como a veces se ha dicho,
música arreligiosa desde un principio, idónea, en el mejor de los casos, como sucedáneo
de la religión. No: sin necesidad de
palabras, la música puede enunciar cosas importantes, y desde los tiempos de
Bach y del clasicismo vienés apenas parece haber límites a sus modalidades
expresivas. Es más: por obra de su poder
emocional, de su expresividad y de su hermosura sensual y espiritual
incomparables, la música saber dar testimonio de un barrunto en torno a algo “enteramente
otro” y suscitarlo asimismo en otros. Y
por consiguiente, esa música puede hablar sin palabras desde el “corazón” y al “corazón”,
de suerte que, si no cualquier persona, al menos el creyente discernirá en ella
más que lo propio del mundo interior. No
en vano hablamos entonces a menudo de “armonías de las esferas”, “melodías
celestiales”, “belleza supraterrena” y hasta “significado místico”.
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