Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
He reunido en este libro un breve número de artículos que son la espina dorsal del escrito por mí durante la década de los noventa en el suplemento sábado de un periódico desaparecido: Uno más Uno. Ahora bien, no está la espina dorsal de un esqueleto bien formado, sino la de uno que va haciéndose en el camino que toma las direcciones más inesperadas. Desde el manifiesto moral hasta la confesión abierta, desde las batallas perdidas hasta el recuento de los odios y de las pasiones, esto se encuentra en este libro no planeado. No me importa revelar que carecí de una educación esmerada, que no asistí a escuelas importantes, ni hubo buenos libros en mis manos hasta pasado mi primer cuarto de siglo. A casi todo he llegado tarde excepto a la angustia ni al amor femenino, fuera de eso me ha tocado la banda mas incomoda o las migajas de las ultimas cenas. Esto se cumple ahora a cabalidad: cuando finalmente me siento a mis anchas escribiendo, el mundo del libro y de la literatura ha tomado el camino de la desaparición.Pero en aquel entonces no me consideraba ya un fatalista, escribía con el cinismo propio de quien cree que el gusto vale más que un argumento que nada tiene que ver con el gusto si no provoca un desvele. Fue Humberto Batís quien me arropo en esta época de absoluta vehemencia y a quien le debo no haberme quedado en la orilla antes de tiempo