Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Este libro quiere mostrar el lado iluminado y amable, que no era pequeño, de la vida de Samuel Noyola. Es decir, en primer lugar, ofrece un testimonio esencial de Edith Noyola, su hermana menor en segundo lugar, presenta una selección de sus poemas, realizada precisamente por ella; en tercer lugar, reúne las opiniones de algunas personas que apreciaron su espíritu y su poesía Horacio Costa, Luis Alberto de Cuenca y Víctor Manuel Mendiola; y, en cuarto lugar, nos regala un pequeño álbum de imágenes. Es una lástima que el libro no ofrezca una fotografía de Samuel con algunos de sus compañeros de viaje a los que a menudo veía en Vuelta o en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, como Aurelio Asiain, Luis Ignacio Helguera, Luigi Amara, María Rivera y Rocío Cerón o, en la revista X EQUIS, Guillermo Sánchez Arreola y Braulio Peralta. El cero fue una cifra clave en la poesía de Samuel. Cuando éste alcanzó una madurez lírica, surgió este número en sus versos y, a través de él el número que nunca se mueve de sí mismo, el lector puede entregarse o abismarse en la fábula del poeta desaparecido