En Cuernavaca existió una casa olvidada, donde sus únicos habitantes fueron felinos ferales y fantasmas del pasado que se paseaban en los pasillos y los cuartos. En esta casa pasó Helena Paz sus últimos días, viviendo entre recuerdos de un padre que ejerció todo tipo de violencia y por el cual vivió un destierro, no sólo de las tierras mexicanas, sino del mundo intelectual e editorial; así mismo, entre las memorias de una vida con su madre, quien la obligó a vivir una vida nómada y paranoica, costándole crear una existencia más plena e, incluso, formar una familia.