En numerosas ciudades latinoamericanas, los centros de rehabilitación han pasado ser parte cotidiana del paisaje. Estos espacios, casi siempre evangélicos y frecuentemente precarios, suelen ser vistos por sus vecinos con sospecha, catalogándolos ante el misterio de lo que sucede dentro como un mal necesario, debido al incremento constante de la farmacodependencia y la insuficiencia de alternativas clínicas para su atención.